jueves, 15 de febrero de 2007

Carta y cuento a una madre

Hola P.:

Lo prometido es deuda. Te cuento, como me hiciste prometer, la conclusión a la que llegué ese día después de semanas de elucubración:

Todo empezó hace unas semanas cuando me puse a ver por novena vez Lucía y el sexo. Esa película tuvo un influjo muy especial en mi vida, igual que en su momento la tuvo El club de los poetas muertos. Esta última influyó en mi vida en la época en la que daba clase en una academia, después de verla intenté dar algo más que conocimientos a la gente que enseñaba, y sobre todo, ser diferente haciéndolo, ser divertido. Sé que a muchos les marqué, sacaron algo de mí. Es una buena recompensa.

Con Lucía y el sexo tuve un fallo y fue el no darme cuenta que era una película, que era irreal, que era puro cine: luz y color. Precioso pero intangible. Saqué cosas positivas como descubrir que hay gente que necesita escribir para mantenerse vivo, para ellos es tan necesario como respirar. Al fin me sentía cómodo, no estaba solo.

También que a veces una historia puede ayudar más que mil abrazos. Pero me llevó a pensar que la escritura es mágica, que la palabra podía mover masas (como pensaba Azaña) y me ha costado bastante tiempo darme cuenta de mi error. Ese fue mi fallo: La literatura no es mágica.

Es sorprendente el ambiente azul que envuelve la película, esa isla madre llena de secretos que es el refugio, la matriz de muchos de los protagonistas. Repleta de cantidad de cuentos que empiezan pero que no acaban, flotan por las secuencias buscando un final.

Y ahora me quedo con una secuencia. Un padre se posa con su hija (con algo bello que acaba de entrar en su vida y que le cuesta asumir como la llena completamente) en una playa de una isla azul llena de secretos, nuestra isla. Ese sitio matriz maternal que todos buscamos de una forma u otra toda nuestra vida. Y el padre empieza a contar una historia a su hija.

Yo me imagino una playa, un azul, una niña que mira con una expresión atónita en su alma todo lo que la rodea porque lo ve por primera vez, una mujer cabellos de viento enfurecido, de tornado. Las dos están nerviosas porque es la primera vez que se ven la una a la otra, la primera vez que ven una playa en ese azul intenso, la primera vez que se sienten, una siente madre cariño cercanía aprendizaje. La otra siente hija amor protección enseñanza.

La mujer de rizo rebelde y alma cariñosa empieza su historia. La historia que cada mujer, con ganas de enseñar, ha contado a cada niña con ganas de aprender desde que el mundo es mundo, para los humanos. En miles de lenguajes diferentes, cada una que lo cuenta usa palabras nuevas en cada ocasión. Cuando se vuelve a contar se cuenta de una forma y un contenido cambiante. Pero cada vez la esencia que se quiere enseñar es la misma. Y lo que se quiere aprender también. ¿A veces se puede decir lo mismo usando palabras, gestos y mensajes diferentes?. Esta vez sí. Nadie me ha contado de otras ocasiones. Puede que esta sea la única vez.

Y la mujer empezó a hablar. Decía: cuando mi madre me contaba un cuento siempre empezaba por "Érase una vez" pero yo no quiero empezar así, siempre que algo empieza así acaba como esperas, y yo no quiero que tú sepas como va a acabar esta historia, tu historia, nuestra historia. Prefiero que lo vayamos descubriendo juntas según te hablo. Al poco podremos andar juntas por la arena y sentir su fino tacto en nuestros pies. Con el tiempo tú me responderás, después tú me ayudarás e irás aclarando puntos que yo no pueda recordar o detallar, bastante más adelante tú me hablarás y yo escucharé. Y al final hablarás sola, un monólogo de palabras de recuerdo, cantándolas al azul, a la playa. Acabarás este cuento imaginando el final mientras sientes el tacto de la arena en tus pies, mientras sientes cómo yo te acaricio los pies. Mientras recuerdas que algún día tú serás también arena.

Así empieza mi cuento: Un día me posé en mi playa, un día te encontré y no estaba preparada para encontrarte. Deseaba tanto encontrarte como a la vida, pero no estaba preparada. Quería abrazarte, besarte, oírte reír, verte andar, escuchar como suenen las palabras cuando salen de tu boca, pero no estaba preparada. Soñaba con que un día, sentadas a solas, me contaras tus pensamientos, lo que te afligía, tus sueños y tus deseos. Esperaba que mi hombro te sirviera de refugio para llorar un amor perdido o un fracaso. Pero no estaba preparada. Después de mucho digerir mis temores, descubrí que nunca iba a estar más preparada que ese día, y únicamente porque ese día estaba delante de ti.

Es increíble lo que se puede llegar a gozar de la vida si eres capaz de vencer tus miedos. Creo que en el momento que te vi perdí todo rastro de temor y empezó a embargarme una felicidad tan completa que me hizo olvidar hasta el pecado original.

Cuando sabía que te iba a conocer me sentía extraña, nunca estarías más cerca de mí que entonces: durante nueve meses seríamos una, andaríamos juntas, comeríamos juntas y nuestros corazones se oirían el un a otro. Y aun con dudas, dolores y cansancios, siento una maravillosa felicidad nadando incansable en lo profundo de mí que me hace cosquillas en mi ser con cada brazada para que no me olvide que sigue allí. Ahora que te veo, esa felicidad ha saltado a la superficie y está abrazada a mi piel como la suave brisa del mar que te acaricia sin contacto.

Me gustaría contarte tantas cosas, me gustaría enseñarte tantos mundos mágicos y lugares secretos. ¿Sabes como se conocieron tus abuelos? Un día mi padre iba andando por la rambla y a una señora se le cayó el monedero, él caballero y educado acudió presto a rescatar el tesoro de la dama. Pero no fue tan presto porque antes deque sus dedos tocaran la bolsa de las monedas, su cabeza se topó con la de la dama. Fue un amor al primer coscorrón. Pero no te preocupes, tendremos tiempo, toda una vida, toda una vida. Al menos eso espero. ¿Sabes? A veces la vida no te deja alcanzar lo que te ha prometido y te hace correr detrás de ello hasta que desaparece, hasta que desapareces. Otras te rodea de almas llenas de mezquindad, que prefieren verte fracasar que triunfar ellos, y hasta puedes convertirte en una de ellas si te dejas llevar, si te dejas arrastrar y caer a un pozo que no tiene salida. Sólo espero que no te pase a ti y que podamos tener siempre esta sinfonía de palabras que acabamos de comenzar: varios instrumentos tocando juntos. Y, sobre todo, espero no darte razones para que te alejes, que todo lo que haga sea pensando en ti. Que siempre tenga una sonrisa y un abrazo guardados para dártelos en cuanto los necesites. Que te pueda guiar y ayudar, en vez de coartarte o no escucharte. Espero, en fin, ser merecedora de la cosa más maravillosa, más dura y de más responsabilidad que me ha pasado jamás.

Y que el día que vuelva a la tierra me vaya dejando un cuerpo alegre, con sonrisa de satisfacción, mirada de paz y piel suave de la cantidad de caricias de despedida hechas por mis seres queridos.

La madre tierra es lo único que permanece, somos parte de ella que ve nuestra vida como un suspiro. No nos ama ni nos llora porque no tiene sentimientos. Pero te aseguro que está viva. Parte de esa vida nos la regala a nosotros. Tiene dolor, sabe curarse, envejece y se transforma: está viva. Lo está porque lo estamos nosotros. La vida no debe asustarnos, ni la muerte, porque somos parte de algo donde también entran la vida y la muerte. Solo debemos preocuparnos de nosotros mismos, de lo que hacemos mientras tenemos permiso para ello. Lo que al final importa son tus conocimientos, tus vivencias y tus sentimientos.


Y ésto mi querida P. es mi conclusión: un cuento. Un cuento para una madre. Para una madre embarazada. Espero que te sirva y que el epílogo sea una noche, un cuarto y una madre que intenta hacer entender a una niña lo que hace tiempo alguien escribió para ellas.

No hay comentarios: